domingo, 5 de abril de 2015

INFORME Y REFLEXIÓN DE PRÁCTICA DOCENTE

Quisiera este documento fuera considerado como el final de mi periplo en la experiencia de capacitación didáctica aparentemente corta que he tenido desde noviembre pasado. Todo el recorrido ha finiquitado con la clase impartida por nosotros, los practicantes. El grupo al que pertenecí dimos la lección el martes 24 de marzo a cuatro maravillosos estudiantes, ávidos de aprender nuestra lengua, dispuestos a jugarse las dos horas sabiendo que cada uno de los profesores éramos diferentes, por nuestro carácter, por nuestra visión de la enseñanza, por nuestros precedentes, por cómo afrontamos el compromiso de enseñar cada vez que un alumno nuevo está frente a nosotros.


La preparación de dicha lección estuvo condicionada por el programa, los contenidos a impartirse y por todos los instrumentos y métodos didácticos expuestos durante el curso. Sin embargo, por mi parte, tengo que confesar que esa clase de cuatro chicos ha significado un reto más, y he encontrado, a pesar de las previsiones tomadas en cuenta, que cada estudiante fuerza, con su presencia, a flexibilizar el método del docente, a adaptarlo a los requerimientos contingentes del estudiante relacionados con alguna estructura, algún aspecto cultural, o fonético o inclusive de interacción con sus compañeros. Para mí, observar todos estos aspectos en los pocos 25 minutos que tenía a disposición me llevó a adaptarme y potencializar sobre la marcha el plan de lección que tenía preparado. He testimoniado con mayor nitidez que un profesor no puede proponer nada de aquello para lo cual el alumno no está preparado. Hacerlo induce a  una respuesta estéril y no significativa por parte del alumno. Por eso, uno de los aspectos que quiero resaltar es el de la atenta observación -no inspeccionadora sino abierta y contemplativa- a cuál es el ritmo real de adquisición de los nuevos conocimientos o destrezas que les proponemos.


Enseñar tiene mucho de análogo a ser padre o madre, sobre todo si se es de niños muy pequeños. Mientras se está alimentando al niño con una cuchara, no se puede acelerar el ritmo de su masticación. Muchos padres lograrán hacer comer así a sus niños, teniendo la ilusión de que el niño “es obediente”, “es sano”, “come bien”, pero ni sospechan que la digestión en el tracto digestivo es un proceso involuntario que, por más que a uno le griten o uno mismo le grite a su estómago, este jamás le va a obedecer y, más bien, seguirá impertérrito el ritmo fisiológico que la naturaleza (que es sabia) ha establecido. De esa misma manera, los conocimientos se adquieren a través de un proceso que inicia con la clase presencial, cuyo curso continúa a lo largo de los siguientes minutos, horas, días, meses, a través de fenómenos y mecanismos inescrutables de la conciencia, por los que el alumno asimila, evalúa, recuerda, confronta, olvida, asocia, discrimina, refuerza, analiza, concluye, descarta todo tipo de información según sus propias vivencias, sus hábitos de estudio, sus finalidades, sus convicciones y hasta su cultura de procedencia.


Por eso, quería enfatizar el considerar el punto de coyuntura al cual convergen dos experiencias dispares: la del alumno y la del docente. Ese encuentro inédito, constituye una realización sui géneris, a despecho de quien se crea suficientemente preparado a afrontarlo, como si la realidad fuese la puerta de salida de productos en serie programados, con un mínimo margen de imperfección y de distinción entre los objetos fabricados. Esa visión intrínsecamente retrógrada corresponde a la percepción objetivista de quien pretende teñir la enseñanza con un solo matiz que uniformara los comportamientos y las mentes de las personas que están supeditadas a la enseñanza impartida por un profesor o impuesta por un entero sistema educativo. Semejante aberración está plagada de una idiosincrasia utilitarista y deshumanizante que secerna todas las posibilidades de expresión que alberga un ser humano. Porque el hombre es una entidad con potencialidades incalculables de creatividad, de inspiración, de sensibilidad y de evolución -para usar un término de mayor alcance semántico.


Cada uno de los instrumentos de la inventiva humana, fruto de la curiosidad y del esfuerzo de visionarios de todos los tiempos, son una muestra más de los recursos que deben ser puestos a disposición de los aprendientes para su máximo desarrollo personal y para beneficio de la sociedad de hoy en día. Es necesario que estemos inspirados, para crear inteligencia, que sirva de motivación a las generaciones que nos siguen. Es necesario abrir las puertas de la compartición de los bienes de la cultura y cerrar las de la mezquindad, las de la falsedad, las de la visión estrecha del mundo. Todos día tras día transmitimos, con nuestro comportamiento, nuestras palabras, nuestro trabajo, inclusive con nuestras omisiones, una actitud positiva o negativa frente a la vida. Y eso contagiamos, querámoslo o no. Por eso es imprescindible que los profesores aspiremos -sí, estáis leyendo bien- aspiremos a ser verdaderos maestros, que mejoren, que se preparen, que busquen en cada acto cotidiano las respuestas a las pequeñas curiosidades y a los grandes interrogantes de la existencia. En esa actitud se nos debe sorprender en cualquier momento del día, en cualquier lugar, en cualquier rol social que cumplamos, y, sobre todo, en aquellos momentos sagrados en los que nos paramos frente a un individuo, quien espera les demos lo mejor que tenemos.


Espero que estas ideas sean consideradas como sentidas por quien las escribe y, en la mejor intención, compartidas con cada uno de los compañeros que, en el Instituto Cervantes de Roma, hemos aprendido a enseñar para que otros puedan aprender a aprender.

No hay comentarios:

Publicar un comentario